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TEMA 7. La década de los años 30. Origen y evolución de los fascismos. El nazismo : la radicalización de los fascismos. La Alemania de Hitler.

Aparición de los fascismos. (Totalitarismo y autoritarismo).

La aparición del fascismo en Europa en el período de entreguerras supone una de las experiencias más dramáticas de la historia europea contemporánea. Temporalmente, está limitado a este período, aunque las bases ideológicas del fascismo no han muerto todavía, como podemos ver en la actualidad con el resurgimiento de movimientos neofascistas y de ultraderecha. Otro problema vendría definido por la falta de acuerdo en designar que es y que no es fascismo. Para los historiadores sería un desarrollo histórico delimitado a la Europa de entreguerras,  mientras que para sociólogos se incluirían todos los movimientos antidemocráticos de derechas, cuyo objetivo es la creación de un Estado nacional-autoritario (o totalitario) de partido único.

En ese periodo de entreguerras es cuando se van a producir cambios y éstos inevitablemente siempre generan incertidumbre, inseguridad y miedo, lo que a su vez provoca la reacción de los que antes se sentían tranquilos.

Lo primero que hay que tener en cuenta es la dramática guerra de la que acaba de salir Europa, la incertidumbre social y económica del momento y la posguerra. En algunos países con la reconstrucción y la democracia vinieron años de prosperidad, mientras que para otros, los perdedores, eran tiempos de humillación. Tras esta recuperación vendrá una de las crisis más dramáticas del liberalismo, el crack del 29 y la Gran Depresión posterior, que se extiende a Europa. El primero en surgir será el fascismo italiano, en los años 20 y justo después de la crisis del 29, en los años 30’, el resto de fascismos, entre los que destaca por su  relevancia el nazismo alemán.

Como decía, los fascismos se extendían casi a la vez que las ideas marxistas, debido a la gran recesión económica, el gigantesco aumento del desempleo y el malestar social por la gran diferencia social entre clases y la miseria generalizada que provocaban el descrédito de las democracias liberales burguesas y de los principales partidos políticos.

No toda la extrema derecha es fascista pero en el periodo de entreguerras muchos partidos de la derecha radical y tradicional se “fascistizan” para crear un bloque común contra el liberalismo y contra el comunismo. Se planteaba como algo novedoso, revolucionario que arengaba a los jóvenes a la lucha, enaltecía la virilidad y la mezclaba con la violencia a la vez que despertaba los sentimientos de camaradería entre sus miembros.

De todos modos, desde el punto de vista histórico, el fascismo es fruto de la Primera Guerra Mundial y no puede extrapolarse ni en tiempo ni en espacio. Se trata de una ideología nueva que aglutina distintas posturas de la derecha pero que no tiene una doctrina clara sino que irá formándose según evoluciona en el tiempo.



1.- ¿QUÉ ES EL FASCISMO?



El primer problema al que nos enfrentamos al abordar el estudio de este tema es la cuestión de la definición, pues creó problemas ya a los fundadores del fascismo italiano desde un principio, pues “no elaboraron un conjunto codificado oficial de doctrinas sino ex post facto, unos años después de la llegada de Mussolini al poder, e incluso entonces sólo en parte”[2]. Hobsbawm señala que “la teoría no era el punto fuerte de unos movimientos que predicaban la insuficiencia de la razón y del racionalismo y la superioridad del instinto y la voluntad”[3]. Sin embargo, Sternhell da una visión totalmente diferente, y plantea que “el fascismo, antes de convertirse en fuerza política, fue un fenómeno cultural (...) En el desarrollo del fascismo, su marco conceptual tiene un rol de especial importancia. No cabe duda de que la cristalización ideológica precedió a la acumulación de poder político y fue la que estableció las bases para la acción política”[4]. Vemos así que el debate entre los historiadores es completo ya desde el primer planteamiento.


Podemos establecer un segundo marco de debate en torno a qué debemos englobar en el calificativo “fascismo”. En singular, es el nombre que se dará a un régimen, el encabezado por Mussolini, que imperó en Italia entre las dos guerras mundiales. Sin embargo, el mismo término, en plural (“fascismos”), ha adquirido un uso muy extenso, y también cargado de problemas, entre los que se puede plantear como primero el que muchos especialistas rechazan que se pueda emplear este plural, ya que sólo ha existido un fascismo, el italiano; mientras que para otros, por el contrario, el término “fascismos” sirve para caracterizar a un conjunto de regímenes que tienen rasgos comunes significativos, pero también notables diferencias. No obstante, es posible que tenga más razón Carlos Taibo, quien señala que “el hecho de que se hayan manifestado interpretaciones tan distintas, antes que reflejar la complejidad del fenómeno, lo que remite es a una enorme diversidad en los enfoques ideológicos”[5]. Se puede decir que el fascismo italiano fue seguido por imitaciones y paralelismos o por movimientos análogos en otros países europeos, comenzando por la Alemania nazi. La cuestión es probablemente cronológica: el nazismo fue (según la mayoría de autores) la más clara manifestación del régimen político que calificamos de fascista, si bien fue vital que el movimiento mussoliniano llegase al poder más de un decenio antes que el nacionalsocialismo y procediese, en paralelo, a la primera elaboración teórica al respecto, como ya ha quedado señalado. En el sentido contrario, como afirma Hobsbawm, “de no haber mediado el triunfo de Hitler en Alemania en los primeros meses de 1933, el fascismo no se habría convertido en un movimiento general. De hecho, salvo el italiano, todos los movimientos fascistas de cierta importancia se establecieron después de la subida de Hitler al poder”[6].

Con todo, este no es el único problema que se plantea al analizar un tema tan complejo. Otro punto clave hace referencia a la dimensión lingüística, ya que la palabra fascismo no aporta ninguna idea relativa a su sentido político. En palabras de Stanley Payne: “Es probable que el término “fascismo” sea el más vago de los términos políticos contemporáneos. Quizá se deba a que la palabra en sí no contiene ninguna referencia política implícita, por vaga que sea, como las que contienen los términos democracia, liberalismo, socialismo y comunismo. El decir que el fascio italiano significa (...) un “haz”, o una “unión”, no nos dice mucho”[7].

Otro problema es de cariz histórico. El fascismo es fruto (producto directo) de la Primera Guerra Mundial. Antes de 1919 no existía un partido fascista ni una doctrina fascista como tales (ya hemos visto que la postura de Zeev Sternhell es diferente. Esto llevará, en palabras de Linz (recogidas por Payne) a que como “últimos llegados”, los movimientos nacionalistas radicales de la primera posguerra mundial a los que llamamos fascistas debían abrirse un espacio político e ideológico nuevo, por lo que su hostilidad hacia todas las grandes corrientes establecidas fue excepcional.
Junto a ello, necesitó alianzas políticas tácticas para llegar al poder, lo que complica aun más el tema, al mezclarse con otros grupos de la derecha autoritaria y conservadora y asimilar parte de su bagaje ideológico. Además, el período de manifestación de los regímenes que se suelen calificar de fascistas fue muy breve, y en muchos casos no llegó a una plasmación definitiva, lo que nos lleva a tener que expresar buena parte de los marcos de referencia desde una construcción o abstracción teórica.

Pese a todo lo visto, es obvio, como señala Payne, que “si se ha de estudiar el fascismo, primero hay que identificarlo, y es dudoso que pueda hacerse en ausencia de algún tipo de definición de trabajo (...) [que] debe derivarse de un estudio empírico de los movimientos europeos de entreguerras”[8]. Para él esta definición debería englobar lo que todos los movimientos fascistas tenían en común, sin tratar de describir las características exclusivas de los diferentes fascismos. Con todo, también advierte que esta definición debería ser usada con cautela, ya que los aspectos en los que difieren los distintos movimientos fascistas son tantos como los que tienen en común. Señala que un primer intento de hacer esta clasificación fue el de Ernst Nolte[9], quien en 1968 establecía un “mínimo fascista” de seis puntos, que expresaba como:

- antimarxismo

- antiliberalismo

- anticonservadurismo

- el principio del caudillaje (Führerprinzip)

- un ejército del partido

- el objetivo del totalitarismo

Para Payne, Nolte establece correctamente las negaciones fascistas, pero en relación a las otras tres características, son aplicables al nacionalsocialismo alemán, pero no al resto. H.J. Puhle también criticó a Nolte, ya que afirmaba que no abordaba la dimensión económica de una tipología fascista (además de otras cuestiones en relación a las negaciones, que rebasarían el marco de este estudio).

Payne pretende dar una tipología que sirva para todos los movimientos fascistas de entreguerras stricto sensu, para lo cual considera indispensable identificar: las negaciones fascistas, los puntos comunes en materia de ideología y objetivos, y las características comunes (especiales) de estilo y organización, como se desarrolla en el cuadro del doc. 1, si bien el propio autor matiza que “se sugiere únicamente como un mecanismo analítico de alcance limitado para una definición comparada. No aspira a establecer una categoría rígidamente reificada, sino una definición flexible de espectro amplio que sirva para identificar varios movimientos supuestamente fascistas, y al mismo tiempo para separarlos de otros tipos de movimientos revolucionarios o nacionalistas. Así, cabría entender que cada movimiento poseía además otras creencias, características y objetivos que consideraba muy importantes y que no contradecían las características comunes, sino que sencillamente se añadían a éstas o iban más allá que ellas”[10]. Vemos también que Payne considera, frente a Hobsbawm, el fascismo como revolucionario.

Antes de entrar a valorar los elementos constitutivos del fascismo, debemos introducir otro marco de debate fundamental: si el fascismo fue totalitario, como defienden algunos, o bien autoritario. No es este el momento de entrar en la valoración estricta de las diferencias entre ambos términos (se pueden ver de forma concisa, pero clara, en las páginas 103 a 105 del trabajo de Taibo), pero sí que hay que marcar que el análisis del fascismo diferirá según se considere que supuso un tipo u otro de régimen.

Por ejemplo, Raúl Morodo dice que el fascismo, “en un sentido concreto, históricamente, fue una doctrina político-social nacionalista, que surge en Italia en la primera posguerra mundial, como movimiento partidista organizado para-militarmente, anti-liberal y anti-socialista, que llegará a estructurarse como sistema político totalitario. Nace y se desarrolla, así, en la Italia de los años veinte, con Mussolini como fundador y animador de este Estado Nuevo, en donde la concepción totalitaria (es decir, estatista, anti-pluralista política y social) se plasma orgánicamente”[11].

Por el contrario, para Stanley Payne, “no parece justificado especificar el objetivo del pleno totalitarismo (...) pues, al revés que el leninismo, los movimientos fascistas nunca proyectaron una teoría del Estado con una centralización y una burocratización suficientes para hacer posible un totalitarismo absoluto”[12].

Quizá, con todo, sea el punto intermedio el que más se acerque a la realidad. Podemos partir de la base de que en todo movimiento fascista hubo al menos una “pretensión totalitaria” (el “objetivo totalitario” de Nolte), si bien sólo puede ser considerado como totalitario el nazismo alemán (y posiblemente Italia a partir de 1936/38), quedándose el resto en la “pretensión”. La idea es clara en la propia definición que Mussolini dio en la entrada “fascismo” de la Enciclopedia italiana de 1932 “La concepción fascista del Estado lo abarca todo; fuera de ella no pueden existir valores humanos o espirituales, ni mucho menos podrían tener valor... Entendido esto, el fascismo es totalitario, y el Estado fascista (una síntesis y una unidad que incluye todos los valores) interpreta, desarrolla y potencia toda la vida de un pueblo”[13]. También se puede ver en los primeros momentos del franquismo, cuando se planteó desde el propio régimen que era un Régimen totalitario, si bien pronto hubo que abandonar esa concepción.

Visto todo esto, pasamos a ver cuáles son los rasgos que definen al fascismo. Como hemos señalado, Payne sostiene que para hacer una tipología deben encuadrarse las negaciones, la ideología y objetivos, y el estilo y organización. Usaré esta tipología por ser quizá la más extendida, incluso en los estudios universitarios. Con todo, es evidente que podría ser matizada y ampliada con otras aportaciones, si bien creo que es significativa (y suficiente) para recoger lo que significa el fascismo.



2.- CONTEXTO EN EL QUE SURGE EL FASCISMO

Malraux definió al período de entreguerras como el “tiempo del menosprecio”. En este periodo se da el caldo de cultivo para el ascenso al poder de los fascismos. Hay una serie de rasgos comunes que marcan similitudes entre este período de entreguerras y la actualidad (lo que motiva el surgimiento hoy del neofascismo, que luego analizaremos). Lo fundamental es quizá que, tanto en el período de entreguerras como hoy día, “el hombre vive un período de cambios continuos: sociales, políticos, industriales, tecnológicos... Los cambios provocan incertidumbre, inseguridad y miedo (...), los cuales dan pie al ‘fortalecimiento de la alteridad, el odio al otro’”[14].

Vamos a ver cuáles son estos marcos principales que marcan la incertidumbre social en los años del período de entreguerras.

Es obvio que un eje primordial de los años veinte y treinta es el de la incertidumbre social y económica, marcada primero por la posguerra y la reconstrucción de Europa, y agravada después, cuando se inicia la recuperación, por el crack del 29 y la Gran Depresión posterior, que se extiende a Europa. En los años 20’ surgirá el fascismo italiano, y en los años 30’, el resto de fascismos, entre los que cobra un papel de especial relevancia el nazismo alemán.
Por tanto, el caldo de cultivo de los fascismos vendrá de una época de recesión económica, que se plasmaba en un paro creciente, en el malestar social y en el descrédito de las instituciones de la democracia liberal y los partidos políticos. Además, había una gran diferencia social entre clases y un estado de pobreza generalizado, lo que suponía un marco privilegiado para la radicalización de las posturas políticas. Junto a ello hay que situar la existencia de naciones que se sienten humilladas por la guerra, y que generan sentimientos de venganza, marcando en “el otro” la culpa. La última referencia en este marco es la existencia de minorías étnicas (o religiosas) importantes en estos países, lo que también provocará el sentimiento nacionalista excluyente, al culparse “al otro” de todos los males del país, también en este sentido. Podemos verlo en palabras de Manuel Florentín[15], quien dice que en esta época de entreguerras el “odio al otro” se plasmó básicamente en varios niveles:

- “lucha de clases”, que enfrentaba a obreros y empresarios
- guerra de las clases medias contra el gran capital, tanto nacional como internacional, que las condenaba a la proletarización
- pugna entre los sectores tradicionales y los movimientos revolucionarios (comunismo y anarquismo), vistos como defensores de una ideología “bárbara”, “asiática” y “subversiva” que pretendía acabar con el modo de vida occidental
- pugna entre las naciones beneficiadas y las desfavorecidas por el Tratado de Versalles y el resto de tratados de la Paz de París que pone fin a la Primera Guerra Mundial
- pugna entre los pueblos que contaban con minorías étnicas entre su población, principalmente judíos y gitanos, por la vigencia de las tesis del racismo biológico que, trasladado a la política, sirvió para legitimar la pretendida superioridad de unos hombres sobre otros

Es evidente que estos factores cumplen un papel determinante para el ascenso de los regímenes que hemos calificado de fascistas. La crisis económica motiva problemas sociales, y con ello inseguridad. Tiene así un papel fundamental en todos los movimientos que plantean alternativas de “orden”, incluso a costa de la restricción de la “libertad” y los “derechos”, ya que en épocas de esplendor es difícil que cuajen este tipo de discursos. También es evidente que el fascismo alcanza su esplendor en dos países que se han visto perjudicados por la Paz de París: Italia (no consigue sus reivindicaciones territoriales, y se considera marginada en la victoria) y Alemania (con todo lo que se le impuso en Versalles, que fue además considerado como una “puñalada por la espalda” de los políticos por los sectores militares y afines). El marco de la democracia liberal va a ser visto como incapaz de hacer salir adelante a las sociedades, en el marco de este ámbito social nuevo, en el que los individuos pierden sus referentes, por lo que son fácilmente aglutinados en los discursos ultranacionalistas que culpan al “otro” de los males propios.

Ya hemos visto cómo no toda la extrema derecha es fascista. Sin embargo, en los años 20’ y 30’ del siglo XX surgen los fascismos, con lo que algunos partidos de la derecha radical y tradicional (y sobre todo sus secciones juveniles) sufren un proceso de “fascistización”, quizá porque el fascismo planteaba una mayor adaptación a la sociedad cambiante, además de un marco revolucionario, que servirá de atractivo para amplios sectores de las desencantadas sociedades. El culto a la virilidad y a la violencia, a las grandes exhibiciones públicas de fuerza (marcha sobre Roma como ejemplo principal y fundamental), al encuadramiento en un grupo que comparte toda una serie de ideales, y donde se manifiesta la camaradería (que se había vivido en la guerra, pero no luego), etc., serán referente esencial para multitud de jóvenes y de ex-combatientes, desencantados y/o temerosos de la nueva sociedad.




3.- DESARROLLO HISTÓRICO DE LOS PRINCIPALES REGÍMENES “FASCISTAS”

Como ya ha quedado señalado, los regímenes que podemos calificar de “fascistas” se van a multiplicar en Europa durante el período de entreguerras, y particularmente en la década de los 30’, tras la llegada al poder del nacionalsocialismo alemán. Con todo, para que el estudio no resulte una mera acumulación de datos, vamos a centrarnos únicamente en analizar el devenir histórico de los dos grandes regímenes fascistas: el propio fascismo italiano, el primero en desarrollarse, y el que marca los principios doctrinales generales; y el nacionalsocialismo alemán, al que se considera generalmente como la expresión más acabada del fenómeno fascista en cuanto a plasmación de sus ideales.

3.1.- El fascismo italiano

El 30 de octubre de 1922, Víctor Manuel III encargaba la formación de un nuevo Gobierno a Benito Mussolini. La decisión no correspondía a la práctica habitual, esto es, a la celebración de unas elecciones, sino que fue la marcha sobre Roma la que decidió al monarca, presionado por militares y nacionalistas. No es éste el momento de analizar todo el marco de la “marcha”, si bien la valoración actual es que no fue un movimiento totalmente organizado, sino más bien una demostración de fuerza, a la que Mussolini sólo se sumó en persona en el último momento. En cualquier caso, Mussolini ya era muy conocido en Italia, tras haber fundado, apoyado por excombatientes, sindicalistas, estudiantes frustrados... y los “futuristas” de Marinetti en 1919 los “fascios de combate” y las “escuadras de acción” para imponer la violencia como medio de arreglar la situación de inestabilidad.
Como ha quedado planteado, son muchas las visiones sobre qué fue el fascismo, y también sobre la doctrina fascista. Parece claro que su principal aportación (al menos en los primeros momentos) se define por negaciones: antiliberalismo, antimarxismo, anticonservadurismo, antipar-lamentarismo..., si bien desde el principio quedaban totalmente claros dos puntos programáticos: la doctrina de la acción, y el nacionalismo.

Como dice Javier Paredes, al compás de los acontecimientos, el fascismo “se fue haciendo” y “fue haciendo”[16]. Si en el otoño de 1922 Mussolini se presentó como una solución transitoria, e incluso tuvo la habilidad de no crear un Gobierno monocolor[17], pronto Mussolini logró que el Parlamento le reconociera poderes plenos extraordinarios durante un año. A cambio prometía respetar las libertades políticas y la Constitución. Así, todo parecía indicar que en Italia se implantaba una dictadura clásica, con el fin de restablecer el orden público. Sin embargo, pronto se pudo comprobar que la supuesta provisionalidad era un puro espejismo. Antes de concluir su mandato con plenitud de poderes, Mussolini logró que el Parlamento aprobara una ley, según la cual, al partido más votado se le asignarían 2/3 de los escaños. Ni siquiera hizo falta aplicarla. En las primeras elecciones, celebradas en la primavera de 1924, los métodos de los squadristi colaboraron para conseguir 4’5 millones de votos para los fascistas, lo que equivalía a 406 escaños. A toda la oposición le correspondían 129, como resultado de cerca de 2 millones de votos. En el mes de mayo era asesinado el diputado socialista Matteoti, que había destacado en su denuncia en la Cámara del fraude electoral. En señal de protesta, los diputados de la oposición abandonaron el Parlamento, situación que fue aprovechada por Mussolini para arrebatarles su acta. En noviembre de 1924, de la dictadura se había saltado al régimen de partido único. En 1925 “su” Parlamento aprobaba los poderes del Capo di Goberno, que le eximían de responsabilidades ante la Cámara y le concedían la facultad de reformar la constitución.
Por tanto, se había acabado con el parlamentarismo. En 1927 se publicaba la Carta di Lavoro, por la que todos los sindicatos (excepto el fascista) eran prohibidos. Para culminar, en diciembre de 1928 se creaba el Gran Consejo Fascista, con una triple misión fundamental:
- nombrar al sucesor de Mussolini
- asesorar al Duce
- designar los candidatos para las elecciones (que según la nueva ley electoral de 1929, se presentarían en lista única)

Con todo esto, se completaba el entramado de un Estado orgánico, corporativo, en el que sólo se permitía la existencia de un partido, a cuyo frente se colocaba un “superhombre”[18], que iba a conducir a Italia a los grandes destinos nacionales e internacionales, abandonados desde la Antigüedad. En la práctica quedaban plasmados los rasgos que hemos visto en la tipología de Payne, si bien se considera que la pretensión totalitaria del fascismo no llegó a imponerse en su totalidad, al menos hasta 1936/38.

Durante estos primeros años, la política exterior de Mussolini se moverá entre los márgenes de la “eficacia” y la prudencia. Por un lado, se lleva a cabo una política agresiva: en agosto de 1923 ocupó la isla de Corfú, lo que provocó las protestas de la Sociedad de Naciones; en 1924, se firmaba un tratado de amistad con Yugoslavia, por el que Italia renunciaba a sus reclamaciones sobre la costa dálmata, a cambio de la anexión de Fiume; en los años siguientes, se ocupó Somalia; Albania se convirtió en protectorado italiano (hasta que fue invadida por tropas italianas en 1939).



Por el otro lado, Mussolini fue en 1925 uno de los promotores de la Conferencia de Locarno, tras la que se inicia un período de distensión de 5 años en Europa. Aunque esta distensión era más aparente que real, ya que ocultaba posturas interesadas por parte de todos, al menos en este período se dan ciertos avances hacia la mejora de las relaciones, basadas en lo que se llamó el “espíritu de Locarno”. De hecho, hasta 1935, las relaciones con Gran Bretaña y Francia no fueron malas, lo que se pone de manifiesto con claridad en la condena conjunta de Francia, Gran Bretaña e Italia del expasionismo alemán en la Conferencia de Stressa de 1935. Los motivos son más profundos que la supuesta amistad con las democracias occidentales, pero en cualquier caso marca una época de relativa prudencia en el marco internacional.



Desde el otoño de este año 1935 cambiará su orientación política exterior. Tras pacificar Libia, Mussolini decide ampliar su imperio colonial en África oriental, a costa de Abisinia, que fue invadida, sin previa declaración de guerra. Sin embargo, lo que sobre el papel era una sencilla operación militar, en la práctica no lo fue tanto. Con todo, en mayo de 1936 las tropas italianas entraban en Addis Abeba y derrocaban al emperador de Etiopía Haile Selassie, cuyo título fue adjudicado a Víctor Manuel III. La protesta de Francia y Gran Bretaña ante la Sociedad de Naciones no hizo más que poner aun más de manifiesto la incapacidad de ésta para resolver las cuestiones de la paz y la seguridad internacionales. Tras largos debates, se propuso un boicot internacional, por el que no se venderían a Italia armas ni carburantes, ni se le daría ningún crédito. Al ser ampliamente respaldada la medida, Hitler se apresuró a dar su apoyo al duce, con lo que Italia caía definitivamente en la órbita alemana, en la que ya estaba ideológicamente con anterioridad. El 1 de noviembre de 1936 Mussolini proclamó que “el eje de Europa pasa por Roma y Berlín”[19]. Si la frase encerraba alguna duda, se despejó el 22 de mayo de 1939, cuando se firmaba un tratado de amistad y alianza entre Italia y Alemania, el Pacto de Acero.





3.2.- El nazismo alemán



Al igual que Mussolini, Hitler había leído a Nietzsche en su juventud, y se creyó el elegido por las doctrinas del filósofo: él era el “superhombre” que debía imponer la ley de su voluntad. Lo que se quiere señalar con esto es que la historia de Hitler no sólo se puede reducir a la reacción alemana ante las condiciones del Tratado de Versalles (que explica en buena medida la entrega a su persona de multitud de alemanes). Por sí mismo, esto no lo explica todo.
Hitler comienza a gestar sus planes en 1919, cuando Hitler conecta con el Partido Alemán de los Trabajadores, al que se le cambiará el nombre por el de Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP), o simplemente nazi. En 1921 era ya su presidente y redactaba su primer programa (los 20 puntos del NSDAP), definido en sus líneas principales por:

- una sola patria para todos los alemanes

- recuperación de las colonias perdidas

- guerra al parlamentarismo

- transformación de la enseñanza

- “germanización” de Alemania

- control de la religión (en cuanto podía socavar la unidad de la patria)

En la célula del NSDAP de Munich conoce a Röhm, Göring, Rosenberg, Hess... y al escritor racista Gottfried Feder. En 1923, tentado por el éxito de Mussolini, proyecta el “putsch de la cervecería”, en el que cuenta con el apoyo del general Ludendorff. El fracaso le conduce a una condena de 5 años. Encarcelado (fue amnistiado a los pocos meses) aprovechó para redactar Mein Kampf, que completaría tres años después. En este período articula la organización del partido, en torno a su figura, que se reforzará con organismos paramilitares:
- las fuerzas de combate (SA)
- la guardia personal de Hitler (SS)
- el servicio de Seguridad (SD)
- las Juventudes Hitlerianas (HJ)

El 30 de enero de 1933, el presidente Hindenburg encomendaba la cancillería a Hitler, tras las elecciones, que le habían sido financiadas por un grupo de banqueros e industriales. Hitler debía a cambio renunciar a las propuestas socialistas de su programa, que sustituiría por el relanzamiento de la industria armamentística, base de su política de rearme.

Ascenso del NSDAP
Intervencionismo
electoral
Uso de dinero
estatal
Apoyo de burguesía industrial,
generales y altos funcio...

El 27 de febrero se incendiaba el Reichstag de Berlín, imputando el gobierno el acto a los anarquistas y comunistas[20]. El incendio sirvió de excusa ante la opinión pública para suspender las garantías constitucionales y fortalecer el poder de Hitler. En este ambiente se celebraron las elecciones de marzo, en las que los nazis consiguen 288 diputados, frente los 289 de la oposición en conjunto[21]. Sin embargo, los 52 escaños de los nacionalistas de Hugenberg se unieron a los nazis. El nuevo Parlamento aprobó la ley de plenos poderes, dando comienzo el régimen de Hitler. En este mismo año comenzaban a funcionar los primeros campos de concentración (Dachau y Oranienburg), que años después se convertirían además en campos de exterminio.

El Estado fue rápidamente centralizado, suprimiendo la autonomía de las Länder. A principios de abril de 1933 se proclamaba el boicot nacional contra los judíos. Al mes siguiente se suprimían los sindicatos, y sus dirigentes eran encarcelados. En junio se suprimió el Partido Socialista (SPD), y días después sólo se permitía la existencia del Partido nazi. Por fin, en Nüremberg, el 30 de agosto de 1933, se proclamaba el III Reich, que “iba a durar mil años”. Hitler había tardado 7 meses en ponerlo en marcha.



En el verano de 1934 se producen tres acontecimientos decisivos en la vida de Alemania, que permitirán el profundizamiento de la dictadura hitleriana:

- el 30 de junio tiene lugar la purga del partido nazi. Numerosos militares fueron ejecutados, así como los elementos sospechosos de desviacionismo socialista. Se eliminan los “camisas pardas”, las SA, hasta entonces pieza clave del ascenso nazi al poder, incluyendo a su propio jefe (y “amigo” de Hitler) Röhm. Ante la presión del ejército, Hitler actuó con contundencia, y eliminó las fuerzas de combate. Este episodio se conoce como la noche de los cuchillos largos

- el 1 de julio Hitler decretaba el fin del pago de las reparaciones de guerra impuestas a Alemania

- el 2 de agosto moría el presidente de la República Hindenburg. Hitler asumiría también este cargo, decisión que aceptaron los alemanes en un plebiscito celebrado ese mismo mes. El ejército (la Reichswehr) tuvo que prestar juramento al canciller y führer del Reich, Adolf Hitler



En el marco económico, Hitler proyectó una economía planificada, con planes cuatrienales (quizá para diferenciarse de los planes quinquenales de la URSS). Conviene no olvidar que Alemania está en plena Gran Depresión, y hundida tras el repunte previo a 1929. El primer plan (1933-1936) se propuso como objetivo fundamental la eliminación del paro (unos 6 millones de desempleados en 1933). El segundo, que fue interrumpido por la guerra, trataba de conseguir la plena autarquía, al potenciar la concentración empresarial y el intervencionismo estatal.

Con todo, Hitler respetó los pactos iniciales con banqueros e industriales, y favoreció la fusión de grandes grupos industriales. Esto, junto a la realización de grandes obras públicas e infraestructuras, al relanzamiento de la industria de armamentos y a la imposición del servicio militar obligatorio, hizo posible que el paro, prácticamente, desapareciera de Alemania en 1936. Por otro lado, se intervino rigurosamente el comercio exterior, se prohibió la importación y las materias primas del exterior se pagaron con “marcos bloqueados”, es decir, con moneda con la que a su vez sólo se podían comprar productos alemanes. Los trabajadores quedaban encuadrados, tras ser suprimidos los sindicatos, en el Frente Alemán del Trabajo, el sindicato único y obligatorio, con organización militar. Como en la URSS, la huelga también fue prohibida.

Se ponía en marcha el Estado proyectado en Mein Kampf. Su objetivo principal era facilitar al pueblo alemán su destino histórico, lo cual sólo sería posible en la medida en que se desprendiera de todos sus lastres, lo que le permitiría dominar el mundo, una vez conseguida la pureza racial. La raza aria, que según los nazis era en Alemania donde mejor se conservaba, era la encargada de tal misión. Para proteger su pureza, se esterilizó a los enfermos incurables, se prohibieron los matrimonios precoces y el matrimonio con no arios, se segregó y masacró a los judíos, se asesinó a los deficientes mentales, etc. A la vez se fomentaron el matrimonio y la natalidad (siempre que se ajustaran a las pautas racistas) y se creó un Instituto de matrimonio racial, donde, entre otras cosas, las alemanas puras se sometieron a fecundación artificial.

Hitler había planteado también con toda claridad en Mein Kampf el propósito de unificar a todos los alemanes, para lo que era necesario encontrar el Lëbensraum, el “espacio vital” en que asentarse. Este sería tan sólo el primer paso para dominar el mundo. Como es evidente, este proyecto no podía llevarse a cabo sin perturbar el orden internacional, pero Hitler no se echó atrás, y, aprovechando la debilidad de las democracias occidentales y las alianzas con la URSS, se lanzó a la creación de la Grösse Deutschland, la Gran Alemania, en 1939, una vez realizado el Anschluss, la anexión de Austria. Esta expansión sólo podrá ser frenada con el estallido de un nuevo conflicto mundial. Los pasos previos se habían centrado en ir denunciando lo establecido en Versalles, y así, se procedió al rearme, se puso fin al pago de reparaciones, y comenzó la anexión de territorios. Alemania se había salido de la Sociedad de Naciones en octubre de 1933, lo que da idea de que el planteamiento expansionista comienza nada más llegar Hitler al poder. En septiembre de 1938 el premier británico Chamberlain, junto con los representantes de Italia y Francia, firmaban los Acuerdos de Munich con Hitler tras la anexión de los Sudetes. Checoslovaquia había perdido un tercio de su territorio. Poco después, en marzo de 1939, perdía el resto. Chamberlain advirtió que el siguiente paso significaría la guerra. Este paso siguiente fue la invasión de Polonia, tras haber firmado el Pacto de no agresión (completado luego con su correspondiente Protocolo secreto, o Tratado Germanosoviético de Fronteras y Amistad, que fijaba no sólo el reparto de Polonia, sino de toda Europa oriental) con la Unión Soviética (el Pacto Ribbentrop-Molotov de agosto de 1939). El 1 de septiembre los nazis invadían Polonia (poco después hacían lo propio los soviéticos). Comenzaba la 2ª Guerra Mundial.

Ésta borraría el fascismo de Europa, al menos en su plasmación estatal. Como ahora veremos, las concepciones fascistas no desaparecieron nunca, y vivimos en un momento en que los movimientos neofascistas resurgen, quizá porque vivimos en un contexto similar (salvando las distancias) al del período de entreguerras, que dio origen al fascismo.

. LA NATURALEZA DEL FRANQUISMO.

Según Linz, el franquismo fue un régimen autoritario, alejado de las democracias, pero también distinto de los totalitarismos. No tenía una ideología elaborada y discutida, aunque si una mentalidad característica. Aunque era un sistema de partido único, es distinto al de los totalitarismos.



Para Tusell el régimen franquista es una dictadura no totalitaria. No puede ser calificado como régimen fascista (aunque tampoco considera como tal al fascismo italiano). El franquismo ha de entenderse como el nacimiento de una mentalidad característica, como consecuencia de su victoria en la guerra civil.



Además se caracteriza por la ruptura radical con el pasado inmediato, resistiéndose a la institucionalización en formas jurídicas y constitucionales. Ofrecerá un gran pragmatismo y voluntad de pervivencia.



Tendrá un pluralismo muy limitado. Como resultado de la guerra civil va a tener un componente militar y católico fundamental y aunque es un régimen de partido único, éste no ocupará la totalidad del espacio político.



El franquismo ejercerá una durísima represión inicial (en la misma línea de violencia que había seguido desde el alzamiento), sin embargo, su carácter no totalitario y la influencia externa, harán que con el tiempo se amplie la tolerancia, una vez liquidada la oposición durante los años cuarenta.



Según Fontana, hay que fijarse en los inicios del franquismo, para ver cuáles eran sus vedaderos objetivos, aunque la posterior evolución con la necesidad de negociar con los vencedores en la II Guerra Mundial obligarán a una "desfastización".



Para Stanley Payne, la mayoría de los cambios no significan modificaciones sustanciales sino aspectos puramente formales. El fracaso del autarquismo será lo que produzca el viraje y permitirá a España unirse al ciclo de crecimiento económico mundial. En los sesenta, los cambios, las luchas sociales y las exigencias de las relaciones exteriores forzarán al régimen a una permisividad mayor, aunque no debe sobrevalorarse ya que en los últimos años del franquismo el aparato represivo funcionó intensamente.



Según la Asamblea General de la ONU, el Consejo de Europa y el Parlamento europeo, el régimen de Franco, sería un sistema fascista, organizado e implantado en gran medida por la ayuda de la Alemania nazi y de la Italia fascista.



AUTOR: JOSÉ LUIS ROMERO.

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